Algunas fuentes aseguran que el rey, una vez huido de la matanza de Fraga con ayuda de sus escolta, pudo reunir a varios supervivientes y fieles y siguió a los musulmanes hasta la costa donde se disponían a cargar el botín capturado a los aragoneses. En el mar se encontraba una nave cargada con las cabezas de los cristianos muertos que iban a ser entregadas al rey de África como muestra de la victoria, pero Alfonso I no lo permitió y después de vencer a los moros, se apresuró a enterrar dignamente los cuerpos de sus compañeros. Final épico, no exento de fantasía medieval, que lógicamente no se correspondió con la realidad. Es probable que el Batallador escapara con vida de Fraga, pues varios documentos demuestran la presencia del rey en algunos lugares de Aragón al mes siguiente del desastre, como Alfajarín y Lizana, e incluso se sabe que el 4 de agosto ratificaba el testamento firmado en Bayona, texto y firma que tal vez pudieron ser falsificados.
Si hacemos caso a un cronista navarro, Alfonso el Batallador debió morir el 7 de septiembre de 1134 en la aldea de Poleñino, a seis leguas de Huesca y a dos de Grañén. Fue enterrado en la fortaleza de Montearagón y posteriormente trasladado al pequeño panteón real de la capilla de San Bartolomé, en el claustro de la iglesia románica de San Pedro el Viejo de Huesca, donde ejerció de abad su hermano Ramiro.
Pero Alfonso I no pudo aún descansar en paz hasta pasados varios años debido a la aparición en escena de un curioso personaje que se presentó en la corte con su nombre, como el auténtico rey de Aragón, todavía vivito y coleando. Hubo gente que se creyó el engaño y hasta fue tratado como el verdadero monarca. Luego se demostró que se trataba de un farsante, de un herrero que huyó a Francia cuando se enteró de que estaba en situación de búsqueda y captura por su descabellada idea. En el país vecino fue protegido por Luis VII pero al final, el entonces rey de Aragón, su sobrino-nieto Alfonso II el Casto, consiguió la extradición del farsante ordenando su muerte en horca en 1181.
Pero Alfonso I no pudo aún descansar en paz hasta pasados varios años debido a la aparición en escena de un curioso personaje que se presentó en la corte con su nombre, como el auténtico rey de Aragón, todavía vivito y coleando. Hubo gente que se creyó el engaño y hasta fue tratado como el verdadero monarca. Luego se demostró que se trataba de un farsante, de un herrero que huyó a Francia cuando se enteró de que estaba en situación de búsqueda y captura por su descabellada idea. En el país vecino fue protegido por Luis VII pero al final, el entonces rey de Aragón, su sobrino-nieto Alfonso II el Casto, consiguió la extradición del farsante ordenando su muerte en horca en 1181.
(Javier Leralta)