Cuando llegó a casa del doctor Don Santiago Ramón y Cajal un telegrama de Suecia, en el que se le comunicaba que le había sido concedido el Premio Nobel, se encontraba éste durmiendo, siendo su esposa quien abrió la puerta y, al comunicarle la gran noticia al sabio investigador, éste le contestó que no se lo creyese, que estaba seguro de que se trataba de una broma de sus alumnos.
¡No era broma!
¡No era broma!