Almanzor, entrando con su hueste en la ciudad desierta, se dirigió al punto al templo del Apóstol Santiago para ejecutar en él sus amenazas. Cuéntase que para profanarle metió en él sus caballos y que llegando á la capilla y sepulcro donde se veneraba el cuerpo del Santo Apóstol, quiso cumplir en él algún acto de señalado ultraje. Pero no permitiéndole tanto la voluntad del Todopoderoso, aunque enemiga entonces a los cristianos, en aquel punto cayendo un rayo a los pies del moro y cegándole por algunos momentos, de tal suerte le aterró que reconociendo ser aquello un aviso del cielo, no pasó adelante en su mal propósito. Postróse pues, rendidamente ante el venerable sepulcro, implorando el perdón de Alláh, y para preservarle del desacato y profanación de los suyos, puso soldados que le guardasen, como lo confiesan sus mismos historiadores.
Estos sin embargo, cuentan el notable suceso de otra manera, que manifiesta todavía la veneración, que ya fuese por miedo o ya por el respeto que tributan los musulmanes a Jesucristo y sus Apóstoles, mereció el santo sepulcro a aquel fanático caudillo a pesar de sus amenazas. Dice, pues, un historiador árabe que llegado el hagíb a Santiago, no halló en toda la ciudad otra persona que un viejo ermitaño sentado sobre el sepulcro. Preguntándole Almanzor ¿quién era y qué hacía en aquel lugar? le respondió: "Yo soy un familiar de Santiago", y entonces el hagíb por respeto a Yacub, que es como los árabes llaman al apóstol, mandó que nadie le hiciera daño.
(Francisco Javier Simonet)