Los bulevares son paseos arbolados, con o sin pavimento, en el centro de grandes avenidas o de calles anchas.
Los hubo en Madrid y alguno aún queda. Los primeros fueron realizados entre 1870 y 1901, en las calles de Alberto Aguilera (entonces Areneros), Carranza y Sagasta, a los que se sumaron posteriormente los de Génova y Marqués de Urquijo. Constituyeron así, un paseo continuado por las rondas de la parte norte de la ciudad, rondas que discurrían junto a la cerca construida por Felipe IV en 1625 que abrazaba el caso antiguo. Al ser demolida la cerca en 1869, hubo espacio suficiente, unos 30 metros de anchura, para distribuirlo en un paseo central de 10 metros, arbolado a doble hilera cada 5 metros y con numerosos bancos para sentarse; dos calzadas de 8 metros, para la circulación rodada, y dos aceras de 2 metros.
Fueron los bulevares por antonomasia, y, aun hoy, así es nombrado ese eje que sirve de comunicación entre el barrio de Salamanca y el de Argüelles, y que marca el límite del antiguo Madrid con Chamberí, el entonces nuevo barrio en el llamado Ensanche, plan que a partir de 1869, y según trazas del ingeniero y urbanista Carlos María de Castro, supuso triplicar la superficie edificada de la ciudad.
Esta misma opción, pareja a los bulevares exteriores de París o de Bruselas o a la Rambla de Barcelona, se adoptó también, con medidas más o menos similares, en la avenida de Reina Victoria y las calles del General Ibáñez de Íbero, Raimundo Fernández Villaverde, Joaquín Costa, Francisco Silvela y Doctor Esquerdo hasta la calle de Ibiza; en las calles de Ibiza y Alcalde Sainz de Baranda; en Juan Bravo y parte de las de María de Molina y López de Hoyos; en las calles del Príncipe de Vergara, Menéndez Pelayo y Velázquez, y en las rondas de Toledo, Valencia y Atocha.
De todos ellos, sólo se conservan algunos tramos del de Reina Victoria y los de las calles de Juan Bravo, Ibiza y Alcalde Sainz de Baranda. El de López de Hoyos fue el último en desaparecer; los demás lo hicieron por los años sesenta del pasado siglo.
Los hubo en Madrid y alguno aún queda. Los primeros fueron realizados entre 1870 y 1901, en las calles de Alberto Aguilera (entonces Areneros), Carranza y Sagasta, a los que se sumaron posteriormente los de Génova y Marqués de Urquijo. Constituyeron así, un paseo continuado por las rondas de la parte norte de la ciudad, rondas que discurrían junto a la cerca construida por Felipe IV en 1625 que abrazaba el caso antiguo. Al ser demolida la cerca en 1869, hubo espacio suficiente, unos 30 metros de anchura, para distribuirlo en un paseo central de 10 metros, arbolado a doble hilera cada 5 metros y con numerosos bancos para sentarse; dos calzadas de 8 metros, para la circulación rodada, y dos aceras de 2 metros.
Fueron los bulevares por antonomasia, y, aun hoy, así es nombrado ese eje que sirve de comunicación entre el barrio de Salamanca y el de Argüelles, y que marca el límite del antiguo Madrid con Chamberí, el entonces nuevo barrio en el llamado Ensanche, plan que a partir de 1869, y según trazas del ingeniero y urbanista Carlos María de Castro, supuso triplicar la superficie edificada de la ciudad.
Esta misma opción, pareja a los bulevares exteriores de París o de Bruselas o a la Rambla de Barcelona, se adoptó también, con medidas más o menos similares, en la avenida de Reina Victoria y las calles del General Ibáñez de Íbero, Raimundo Fernández Villaverde, Joaquín Costa, Francisco Silvela y Doctor Esquerdo hasta la calle de Ibiza; en las calles de Ibiza y Alcalde Sainz de Baranda; en Juan Bravo y parte de las de María de Molina y López de Hoyos; en las calles del Príncipe de Vergara, Menéndez Pelayo y Velázquez, y en las rondas de Toledo, Valencia y Atocha.
De todos ellos, sólo se conservan algunos tramos del de Reina Victoria y los de las calles de Juan Bravo, Ibiza y Alcalde Sainz de Baranda. El de López de Hoyos fue el último en desaparecer; los demás lo hicieron por los años sesenta del pasado siglo.