Que Celia Gámez fué la reina de la revista musical es un hecho difícil de discutir. Por éso su vida privada era la comidilla de todo el país.
Después de la muerte en poco menos de un año de sus padres o de la boda con un odontólogo guipuzcoano un año después, en 1944. Al altar la llevó un peculiar padrino, el general Millán Astray, que le brindó su brazo bueno.
La revista fue un espectáculo que dio mucho trabajo a los censores. A los civiles, que no paraban de medir la largura de las prendas de las vicetiples, la extensión de carne que dejaban ver sus escotes, y la procacidad de sus contoneos. Y, sobre todo, a los religiosos, que emprendieron su particular cruzada moral contra un género que entusiasmaba al público. En su particular desvario moral, el obispo de Sevilla, el cardenal Segura, tras excomulgar a los bailarines de su diócesis sevillana, hizo lo propio con los aficionados a la revista y amenazó de excomunión a quienes fueran a ver la representación de La blanca doble. También se unió a la cruzada el obispo de Las Palmas, Antonio Pildain, que hizo lo indecible para que el gobernador prohibiese la representación en la isla. Como eso fue imposible ya que la obra estaba autorizada por la censura, el obispo expresó su desacuerdo enviando a las taquillas del teatro a algunos mujeres de negro, tocadas de mantilla, con el rosario en la mano: cada vez que alguien se acercaba a comprar la entrada, rezaban un Padrenuestro por el alma del pecador que se iba a condenar.
Después de la muerte en poco menos de un año de sus padres o de la boda con un odontólogo guipuzcoano un año después, en 1944. Al altar la llevó un peculiar padrino, el general Millán Astray, que le brindó su brazo bueno.
La revista fue un espectáculo que dio mucho trabajo a los censores. A los civiles, que no paraban de medir la largura de las prendas de las vicetiples, la extensión de carne que dejaban ver sus escotes, y la procacidad de sus contoneos. Y, sobre todo, a los religiosos, que emprendieron su particular cruzada moral contra un género que entusiasmaba al público. En su particular desvario moral, el obispo de Sevilla, el cardenal Segura, tras excomulgar a los bailarines de su diócesis sevillana, hizo lo propio con los aficionados a la revista y amenazó de excomunión a quienes fueran a ver la representación de La blanca doble. También se unió a la cruzada el obispo de Las Palmas, Antonio Pildain, que hizo lo indecible para que el gobernador prohibiese la representación en la isla. Como eso fue imposible ya que la obra estaba autorizada por la censura, el obispo expresó su desacuerdo enviando a las taquillas del teatro a algunos mujeres de negro, tocadas de mantilla, con el rosario en la mano: cada vez que alguien se acercaba a comprar la entrada, rezaban un Padrenuestro por el alma del pecador que se iba a condenar.