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Channel: MIL Y UNA HISTORIAS
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El barrio de Salamanca - Madrid

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Casi todos los edificios y monumentos que vamos a ver son característicos de la arquitectura madrileña de la Restauración (1875-1931) y su construcción coincidió con la urbanización del barrio de Salamanca (1863-1931).
Esta circunstancia permitió realizar esquemas de plantas más libres y hacer los edificios más funcionales y salubres, sobretodo para la instalación de grandes colegios e instituciones benéficas y asistenciales.
 Así, algunos edificios ocupan una manzana entera de casas, como por ejemplo, los colegios de Nuestra Señora del Pilar y de Nuestra Señora de Loreto, ambos ubicados frente por frente en la calle del Príncipe de Vergara, o como es el caso de las Escuelas Aguirre. Otros edificios no son tan grandes en extensión pero son de una gran monumentalidad y belleza como la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, la Iglesia de San Manuel y San Benito y la Iglesia Anglicana de San Jorge. Hay otras construcciones más modestas como el Mercado de la Paz y el Convento de las Maravillas que, aunque no tienen la monumentalidad de las anteriores, forman parte de la historia y del patrimonio cultural del barrio.
 El edificio que alberga la Biblioteca Nacional de Madrid y el Museo Arqueológico Nacional, cuyo nombre es en realidad Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, no pertenecía originariamente al Barrio de Salamanca, pues éste comenzaba en la calle de Serrano. De hecho, las primeras manzanas de casas que actualmente se disponen entre el Paseo de Recoletos y la calle de Serrano tuvieron su origen en la ordenación urbana del Paseo de Recoletos (1846) y su posterior reedificación.
Junto a al Palacio de la Biblioteca y los Museos Nacionales estuvo durante algo más de cien años la antigua Fábrica de la Moneda. Fue demolida en 1964 y en su lugar se emplazaron los Jardines del Descubrimiento y los monumentos dedicados a Cristóbal Colón y al Descubrimiento de América.

El Rey don Pedro y el asistente Juan Pascual

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En la Sevilla medieval no existieron plazas mayores, de modo que los grandes sucesos públicos acontecían en plazas pequeñas o junto a edificios principales, como la catedral o el Alcázar, bajo cuyos venerables muros se desarrolló esta leyenda.
Una noche de tormenta iban a caballo por el monte dos jinetes, el rey Pedro llamado el Cruel y también el Justiciero y un fiel hidalgo que lo acompañaba. A lo lejos vieron una casa, en la que residía un labrador y hombre de bien, Juan Pascual, ni sabio ni ignorante, sabedor, sin embargo, de que Sevilla era una ciudad mal gobernada, nido de galanteos, crímenes y truhanerías, «madre de huérfanos y capa de pecadores» o, como dijo Cervantes, «urbe de gente ancha de conciencia y llena de rufianes dispuestos a matar con la misma facilidad a un hombre que a una vaca».
A la hora de la cena, los caballeros no se identificaron, de modo que el rey Pedro supo de boca del humilde labrador lo que en verdad ocurría en aquella capital, pues nadie se lo había dicho. Al día siguiente lo mandó llamar y lo nombró asistente de Sevilla, a fin de que gobernara en su nombre con verdadera justicia.
El justo labrador trabajó para la gente honrada y organizó un inflexible cuerpo de policía, que hizo de la ciudad un lugar ordenado, desterrando la alcahuetería, el juego y la delincuencia. Pero una noche estaba el rey metido en uno de sus galanteos cuando mató a uno de sus agentes, que le había afeado su turbia conducta de asaltador de damas. El asistente quedó en grave conflicto porque la persona real era inviolable, de modo que el pueblo conjeturaba cómo saldría del aprieto sin perder la cabeza. Pero, para asombro de todos, mandó al rey presentarse a los pies de las murallas del Alcázar y leyó la sentencia de muerte que correspondía a su delito.
Nada más acabar, dio la orden de que entrara una comitiva con un monigote que representaba al monarca. El asistente señaló ante todos que su autoridad no lo alcanzaba, pero la ley debía ser cumplida, dicho lo cual, ordenó al verdugo descabezar la efigie de un hachazo. El asombro dejó paso al entusiasmo incluso del rey Pedro, que mandó erigir a tan justo asistente de Sevilla una estatua para eterna memoria.


("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)

La Semana Santa en tiempos de Felipe II

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El Domingo de Ramos, a la puerta de los templos ofrecían los galanes a sus damas palmas sin bendecir, con lazos simbólicos, y no dejaba de haber reyertas y estocadas , cuando eran más de uno y de dos los que se creían con derecho a hacer el regalo o, por causa del manto, tomaban a una dama por otra.
Concluidos los oficios, el galán, dice Fernández de los Ríos, llevaba la palma ya bendita á casa de su dama, y la colocaba en el balcón o en la reja de citas, atándola con cintas de seda encamada, negra, verde y blanca, para facilitar al transeúnte la relación del estado de su amor oculto, por el abecedario de las cintas.
El Miércoles Santo se paseaba por las lonjas de loa templos, con reconcomios místicos tan desleídos, que edificaban de santo ardor a los tibios. Las damas llevaban este día matracas, como hasta hace poco los niños, de maderas escogidas, regaladas por los lindos y talladas con jeroglíficos alusivos a la pasión de Jesús, conjuntamente con los de la suya propia,
El jueves santo no era día de ayuno sino de gula. Las puertas de las iglesias se poblaban de confiterías ambulantes, despachos de vino y de pan, buñolerías, sardinas fritas y empanadas de ternera. En las tribunas de los caballeros, y en las sacristías, se aderezaban suntuosas mesas, que se llamaban Colaciones, en las cuales bebían los que salían de velar al Santísimo, y se entregaban á repugnantes orgías.

El escándalo ha llegado
En España a tal aumento,
Que en banquete descarado
Se convierte al monumento
De Cristo Sacramentado .

(Andrés G. Riverano)


Amadeo de Saboya y Cervantes

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El escritor Eslava Galán en su Historia de España contada para escépticos de 1995 describe así la figura de Amadeo:
"Presencia tenía Amadeo, y embutido en su uniforme, con los bordados y las charreteras, parecía un figurín, pero aparte de la presencia era hombre de escasas luces y, lo peor de todo, peligrosamente gafe".
 Lo que no se puede objetar es que no estuviera por agradar. En un paseo en carroza por Madrid, el secretario y cicerone que lo acompañaba le indicó que pasaban cerca de la casa de Cervantes y él respondió sin inmutarse:“Aunque no haya venido a verme, iré pronto a saludarlo”. Para que se vea la maldad de la gente, basándose en este dato, algunos detractores propalan que era hombre de pocas letras. Cabría replicar que casi todos los reyes de España lo han sido y ello no les ha impedido reinar, pero además, en el caso de Amadeo, es falso, puesto que era muy aficionado a las novelas pornográficas francesas.
Corto espacio dedicado a la tragedia de un hombre que fue llamado para ser rey de un país en el que ninguno de sus súbditos quiso concederle la menor oportunidad.

El Paso del Fuego - San Pedro Manrique

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Cristianizada hoy pero en realidad de remoto origen, la noche de San Juan es la noche mágica por excelencia y en la localidad soriana de San Pedro Manrique aún subsiste un ritual apasionante: El Paso del Fuego.
Aunque el solsticio de verano coincide astronómicamente con el 20 o 21 de junio, es tradición que sea por San Juan, la noche del 23 al 24 de junio, cuando tienen lugar los ancestrales ritos de fuego y hogueras que caracterizan esta celebración en muchos lugares de España.
Apenas el sol se oculta en el horizonte, el fuego ilumina el anfiteatro de la ermita de la Virgen de la Peña, encaramado en lo más alto de la población sanpedrana. Mil kilos de leña de roble del año anterior prenden en vivas llamas mientras comienzan a llegar los primeros testigos de tan espectacular noche. Serán necesarias casi dos horas para que la pira se convierta en una alfombra de ascua y brasa que irradia intenso calor por todo el escenario.
Justo a medianoche, con los graderíos a rebosar y dispuestas las brasas de roble en mágica alfombra, los sanpedranos se aprestan al reto anual. El fuego lo pasan sólo los hijos del pueblo, no porque se impida probar suerte a los forasteros, sino porque no abundan los voluntarios y además "los de fuera se queman", según sentencia general del vecindario.
Se hace el silencio y los pasadores, ante la expectación y emoción general, afrontan el rito ancestral e iniciático de las brasas purificadoras. Un año más, el ancestral encuentro perpetúa y reafirma una identidad que se pierde en la noche de los tiempos. Los sampedranos, descalzos, solos o llevando a cuestas a otra persona, pasan con zancada firme sobre las ascuas incandescentes en un alarde de valor y arrojo. Todo el ritual del Paso del Fuego es presidido por Las Móndidas, tres jóvenes elegidas por sorteo entre las muchachas solteras de San Pedro, sobre las que girarán los actos del día siguiente.
Mucho se ha hablado sobre la técnica o secreto para evitar quemarse. Y hay explicaciones para todos los gustos: desde que el secreto reside en pisar fuerte y con los pies bien extendidos para eliminar el oxígeno y evitar la combustión, hasta conseguir un estado de trance mediante concentración o, también, la regulación de la respiración, pasando por otras versiones más peregrinas.
Quizá, como apuntan algunos, se trata de la protección de la Virgen de la Peña, junto a cuya ermita se desarrolla el ritual del Paso del Fuego. De fama muy milagrera, muchos hijos de San Pedro se convierten en pasadores debido a promesas realizadas a esta Virgen.
Lo único cierto, es que la proximidad de tal alfombra de brasas, y el sofocante calor que despide, deja claro a los testigos del ritual que se trata de una proeza al alcance de muy pocos.

La Cocollona

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Cuenta la leyenda que en la orilla izquierda del Onyar, en el barrio del Mercadal, había un convento de monjas poco devotas y que llevaban una vida desordenada. Entre ellas había una novicia con verdadera vocación religiosa que les recriminaba la viada que llevaban.
Las otras monjas para no oír sus recriminaciones, la encerraron en una celda en el subterráneo del convento. Estuvo encerrada durante muchos años y debido a la oscuridad y la humedad le fueron saliendo por todo el cuerpo unas escamas hasta quedar convertida en un cocodrilo. Pero debido a su santidad y pureza de alma también le salieron en la espalda unas maravillosas alas de mariposa de bonitos colores transformándose en Cocollona.
Cuando murió, su fantasma se veía nadando por el río Onyar muy cerca de donde había estado prisionera. Dicen que solamente en las noches de luna llena, hacia el alba, los gerundenses sensibles, pueden ver el fantasma de la Cocollona nadando río arriba y abajo hasta que sale el primer rayo de luz…

(Nota: Cocollona es una combinación de “cocodrilo” y “papallona” que, en catalán, significa mariposa)

El Rastro de Madrid

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El Rastro es un mercado al aire libre que se celebra los domingos y festivos en el centro histórico de Madrid, en el popular barrio de Latina. Se trata de un mercadillo con más de 400 años de historia en el que se pueden encontrar tanto objetos cotidianos como curiosos artilugios, todo ello envuelto en un ambiente de lo más animado.

El mercado se sitúa en torno a la Ribera de Curtidores, una cuesta pronunciada a lo largo de la cual se extienden cientos de puestos con los objetos más variopintos a la venta, desde pela-patatas hasta muebles, películas, ropa usada o enchufes.

Un origen peculiar.
La denominación del mercadillo proviene de que antiguamente la zona que ocupa El Rastro era el lugar en el que se situaban las curtidurías, muy cerca del matadero. Durante el traslado de las reses hasta las curtidurías se dejaba un rastro de sangre que fue el que dio origen al nombre del famoso mercadillo.

Zonas especializadas
Algunas de las calles aledañas a la Ribera de Curtidores se dedican a la venta de algunos productos especializados. Estas son algunas de las más interesantes:
Calle Fray Ceferino González: Conocida como la calle de los pájaros, antiguamente se dedicaba a la venta ambulante de animales. Hoy sólo quedan algunas tiendas especializadas.
Calle de San Cayetano: También conocida como la calle de los pintores, acoge diferentes locales en los que se pueden comprar algunos cuadros además de los materiales para pintar.
Calle de Rodas, Plaza del General Vara del Rey y Plaza de Campillo del Mundo Nuevo: Zonas especializadas en la compra-venta de revistas, cromos y juegos de cartas.
Calle del Carnero y Calle de Carlos Arniches: Calles especializadas en la venta de libros antiguos.

Para disfrutar de un día agradable, pero con precaución. A pesar de las aglomeraciones que se forman en algunas zonas, resulta agradable pasar una soleada mañana de domingo recorriendo los puestos del rastro para terminar tomando unas tapas en los bares de la zona.

Las Cuentas del Gran Capitán

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Las Cuentas del Gran Capitán son un tópico cultural español que se basa en una anécdota atribuida a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que ridiculizó a Fernando el Católico cuando éste le pidió cuentas de los gastos en que había incurrido durante la campaña de Nápoles, a finales del año 1506.
Al día siguiente presentó un librillo con un título muy arrogante con que puso silencio a los tesoreros y al Rey.

Un extracto de las cuentas del Gran Capitán publicadas por el Tribunal de Cuentas del Estado en 1983 arrojaba el siguiente resultado:

Cargo que el fisco le reclamaba a don Gonzalo:

Ciento treinta mil ducados remitidos por primera partida.
Ochenta mil pesos por la segunda.
Tres millones de escudos por la tercera.
Once millones de escudos por la cuarta
Trece millones de escudos por la quinta.


Descargo del Gran capitán:

Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen por la prosperidad de las armas españolas.
Cien millones en picos palas y azadones.
Cien mil ducados en pólvora y balas.
Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla.
Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas con el uso continuo, de repicar todos loas días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.
Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas en días de combate.
Millón y medio de idem. para mantener prisioneros y heridos
Un millón en misas de gracias y Te Deum al Todopoderoso.
Tres millones en sufragios para los muertos.
Setecientos mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados para pagar a espías, y ...
Cien millones por mi paciencia en escuchar, ayer, que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un Reino.


Don José María Fernández Pirala ha señalado que,  aunque la lectura de semejantes cuentas es harto dudosa desde al punto de vista de la realidad histórica, es indudable que encierran toda una lección política puesto que evidencian la existencia de valores superiores a los contables.

Lo seny de les hores - Barcelona

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"Lo seny de les hores" , jubilado en 1865 y conservado en et Museo de Historia de ta ciudad, ha sido durante tres siglos una verdadera institución en Barcelona.

Barcelona tiene la suerte, bien merecida, de contar con una obra señera de la mecánica del siglo XVI: el reloj que desde la Torre de las Horas de la catedral, y hasta hace poco mas de cien años, reguló la vida de la ciudad, siendo reemplazado, en 1865, por el que en su taller-fábrica de Gracia construyó el suizo Alberto Billeter.

Este raro ejemplar de reloj -cura marcha parece que era normal en el momento del relevo - puede reputarse, sin lugar a error, como el más antiguo de España en su género, hecho la salvedad de que actual mente no está en funcionamiento. (Dejo constancia de ello porque, al ponerse ahora en circulación el libro "Relojes españoles", que es un compendio de todas mis colaboraciones sobre el tema aparecidas en este mismo diario, creo obligado advertir al lector de esta justificable omisión.)

Extranjeros también, como Billeter, fueron sus autores, los flamencos Clemente Ossen, de Utrech, y Simón Nicolau. de Purmerende, sobre quienes no hay más documentación que la relativa a los emolumentos que se les fijaron por la obra.

La excelente máquina que realizaron estos artífices, cuando nuestro Felipe II reinaba en medio orbe, está enjaulada en un bastidor de estilo gótico -manifiestamente tardío- que remata en el típico florón. Todo el conjunto es de hierro, y de una solidez probada. Sobre cada uno de sus cuatro costados campean las escudos de Barcelona y del Reino de Aragón, repetidos alternativamente y en una cartela consta el año de construcción, que es el de 1576.

A la vista de este trabajo hercúleo se comprende bien que la relojería no estuviese muy distanciada aún de la cerrajería y de la forja, tras dos siglos de esfuerzos por lograr la medición mecánica del tiempo. Por otra parte, el oficio era forzosamente ambulante (como venia siéndolo también el de impresor, y lo más probable es que los maestros Nicolau y Ossen. una vez concluido el contrato en Barcelona,  marchasen  a otras poblaciones donde sus servicios fuesen nuevamente.

Agradezcamos al Cabildo catedralicio de 1865, cerca del cual hubo de influir Billeter en tal sentido, el sabio y previsor acuerdo que adoptó de conservar la reliquia. En el pasado era costumbre, por razones de economía, servirse de la chatarra del reloj desahuciado para la fundición del nuevo y. además, el estorbo de tan inútil armatoste recomendaba a voces el desguace total. Laudable medida, pues, que ha permitido perpetúarse hasta nosotros el venerable "seny de les hores". el cual, siempre a cargo del Ayuntamiento, se ha conservado durante mucho tiempo en el Parque de la Ciudadela y pasó después, definitivamente, al Museo de Historia de la ciudad, donde es posible verlo.

Este admirable reloj estuvo implicado, por culpa de quien aquí lo confiesa, y ello sin tener siquiera noticia de su existencia actual, en los afanes de la investigación europea. En efecto, yo recogí la papeleta "prestada" que me facilitó un erudito catalán, que la obtuvo y me la dio de buena fe, en un libro aparecido en 1954, cuando me iniciaba en estas tareas. Decía en ella que este reloj, "según mencionan las crónicas, procedió a Huygens en su invento, por haberse construido con péndulo como elemento regulador".

Desde entonces no me ha sido posible –lógicamente- cerciorarme de la veracidad de esa fuente; es decir, no he logrado conocer cuáles fueran las crónicas a que aludía mi amigo, con el que perdí todo contacto después. Pero si pude darme cuenta, en cambio, de la enorme trascendencia que aparejaba una cita de ese tenor. Tan solo tres años más tarde, el profesor Enrlco Morpurgo me hacía fiador de ella al reproducirla en su obra "L’orologio e il pendolo" (Roma, 1951). y fueron varios los estudiosos que con posterioridad se han dirigido a mi para que tratase de constatar la exactitud del texto.

No era para menos, pues la mera suposición de que pudiese haber un reloj anterior a la fecha "oficial" de la aplicación del péndulo al reloj (Christian Huygens. 1656) hubiera bastado para alterar a media Europa, desatando de nuevo la polémica mantenida por algunos sobre la paternidad del invento. Ya en vida del propio Huygens se le reprochó la apropiación de un descubrimiento que se supuso de Galileo (1641) y desde fines del siglo XIX se han originado dudas y disquisiciones científicas, a favor y en contra, sobre la sospecha de que Leonardo da Vinci hubiese "intuido" asimismo esta aplicación del péndulo (1495), bien que sin conocer sus leyes de isocronismo. A mí el susto me sirvió al menos, para enterarme de la gran responsabilidad que asume el escritor- aunque lo sea por afición y sólo cultive la pequeña historia- ante el ancho mundo de sus lectores.

Mientras tanto, y ajeno a esas suposiciones, que le hubieran convertido en "supervedette" internacional, el reloj de la catedral seguía ahí, dejándose contemplar del público barcelonés, que le conoce familiarmente como "Lo seny de les hores".

Por cierto que el nombre en cuestión lo heredó este ejemplar del primitivo que hubo en el templo, instalado en 1383, según unos, o en 1393, al decir de otros; obsequio de la República de Venecia a la ciudad de los condes por haberle permitido copiar las Leyes del Mar. según afirmó Capmany o de acuerdo con una "tradición no confirmada'*, en frase del costumbrista Joan Amades. La del año exacto no deja de tener sus implicaciones ya que otra polémlca hay en curso, en la que Interviene como sujeto pasivo el primitivo "seny", en pugna con el de la catedral de Sevilla, también de 1393 (aunque el padre Mariana fija la fecha en 1396, al que Arana de Val fio ra convino en designar como el “primero de campana que se puso en España", haciendo asistir a la ceremonia de su instalación al rey Enrique III de Castilla.

Convengamos en que la discusión sobre este último punto es de alcance provinciano, frente a las numerosas incógnitas pendientes de solución que ofrece la historia del reloj en sus orígenes.

(Luis Montañés en ABC)

La Granja de la Duquesa - Legazpi

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El Paseo del Molino debe su nombre al último de los que fueron instalados al construirse el fallido Canal. Conduce al lugar llamado LA CHINA por el edificio inmediato que se dedicó para almacén de la porcelana que se fabricaba en el Retiro y que después fue fábrica de pólvora. Al comienzo del paseo se encuentra la antigua posesión denominada Casa-Puerta. Sólo queda la tapia que limita su gran extensión y, en el fondo, la pequeña fuente de esta egregia quinta: primitivamente, propiedad regia, pasó después a ser del duque de Sesto, y de los marqueses de Balsares y de Leganés. Los techos del palacete fueron pintados por Claudio Coello, Carreño y Lucas Jordán.
En tal sitio tampoco iba a faltar la leyenda que va dar una nueva denominación al lugar: "La Granja de la Duquesa": Transcurre el suceso a mediados di reinado de Carlos IV. El duque de Alora mantiene relaciones amorosas con una comedianta muy en boga entonces, siendo el nido de sus devaneos el sitio que me estoy refiriendo. El duque tuvo que acceder á casarse por conveniencia con una prima suya, la cual estaba perdidamente enamorada del galán aún conociendo, como todo Madrid, el trapicheo con la actriz.
La que iba a ser duquesa, dos días antes de la boda, reunió en la capilla del palacio de sus padres, a su confesor y al novio, a quien hizo jurar sobre los Evangelios que rompería para siempre con su amante. El duque, cogido por sorpresa o poco escrupuloso, realizo la sacra promesa y se verificó la boda, y antes de cumplirse el mes, la duquesita supo que los amantes continuaban reuniéndose en la casa del Río. Una noche entró, escondiéndose en el jardín. Cuando vio luz en las ventanas del cuarto donde ellos se refocilaban, se colocó junto al hondo estanque y desde allí les llamó la atención con grandes voces; ellos abrieron los cristales y entonces la duquesita, erguida, arrogante se dirigió a su marido, gritándole: - ¡Por tu culpa! -y se arrojó al agua.
El terror de los amantes hizo que tardaran en socorrerla; cuando acudieron con luces y criados, se habían ahogado. Sobre el macizo de ladrillo que formaba el borde del estanque encontraron un abrigo y un chapín de raso. Luego, la encumbrada familia echó tierra al asunto... ¡cómo siempre!

(Leyendas y anécdotas del viejo Madrid – Francisco Azorín)

Fray Diego de Chaves

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El padre Fray Diego de Chaves cuya historia de atrevimientos , rencores y sutilezas teológicas se escribirá algún día, fué, como es sabido, confesor, inspirador, secretario intimo y verdadero Ministro sin parecerlo, del Rey Felipe II.
Al borde del sepulcro, con 90 años sobre la cogulla, viendo vacilar al Rey en la conducta que había de seguir en Aragón, cuando las turbaciones de Antonio Pérez, le dijo con voz meliflua una mañana, después de confesarle: -Dios ha peleado por vos. Si perdonáis a sus enemigos, El no os perdonará a vos. No haya procesos, sentencias ni ejecuciones-, porque basta dar los nombres de los culpables para que todo súbdito del Rey quede autorizado a matarlos.
El consejo era horrible, y por serlo demasiado, se llevó a cabo con refinada crueldad, porque ese era el espíritu que dominaba en la diplomacia intolerante do aquella época.
Mientras Aragón ardía y Flandes se anegaba en sangre, Fray Diego muy devoto de la Virgen del Rosario tenia la costumbre do decir misa muy temprano en Santo Domingo al Real, y después conversaba amigablemente con las monjas en locutorio privado, donde tomaba chocolate y murmuraba de todo lo humano y aun de lo divino con la serenidad del justo que no tiene nada por lo que le remuerda la conciencia.
Cierto día, el siguiente de haber sido puesta en libertad la valerosa D.ª Juana Coello. esposa de Antonio Pérez, en el instante mismo en que Fray Diego de Chaves subía al altar mayor de las Dominicas a decir misa se presento Doña Juana vestida de luto y asiendo fuertemente la casulla del fraile, se dirigió a Diós poniéndole por testigo y pidiéndole a voces justicia contra el confesor del Rey que la habla engañado. El suceso produjo gran escándalo aunque no había mucha gente en la capilla; las monjas chillaron en el coro, los monaguillos huyeron a la calle y es fama que el reverendo padre Chaves, no obstante su imperturbable poderío, se alteró tanto que bajó del altar danto traspiés y se metió en la sacristía sin decir la misa.

Article 1

La Baraja española

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La baraja española, es única en el mundo debido a la ausencia de reinas y a la riqueza de sus diseños.
Las figuras son de inspiración medieval y sus palos representan a los estamentos más importantes de la época: Los comerciantes (Oros), el clero (Copas), la nobleza (espadas) y los siervos (Bastos). Pueden ser de 40, 48 o de 50 naipes dependiendo del juego.
Fue adoptada en Nápoles durante el dominio de Aragón y ha evolucionado posteriormente más en España que en Italia, por lo que la baraja Napolitana es más parecida a la antigua baraja española.
En 1868, un impresor burgalés de origen francés, afincado en Vitoria, Heraclio Fournier, presentó su baraja litografiada, cuyo diseño fue premiado en la Exposición Universal de París. Pero el diseño definitivo de la "Baraja española" que ha llegado hasta hoy bajo diferentes "visiones" artísticas o rústicas es el que realizó Augusto Ríus para el propio Fournier.
En España se utilizan 3 estilos diferentes, el de Cádiz, el catalán y el castellano. Principalmente se ven los dos últimos ya que el estilo de Cádiz es más antiguo y es el que se utilizaba para las cartas destinadas a la exportación.
Los reyes se representan generalmente con hombres mayores y barbados. Sin embargo, los reyes de copas y de oros suelen parecer más jóvenes. Desde el siglo XVIII, los caballos de copas y oros suelen mirar hacia la izquierda, mientras que los de bastos y espadas lo hacen hacia la derecha.
En cuanto a la curiosa Sota, pese a su apariencia afeminada, en realidad se trata de un paje de pie y simboliza al criado o mensajero. Los colores de las calzas, inicialmente todas rojas, y de los sayos, así como la posición de sus piernas y la colocación del motivo del palo, varían según los palos y la inventiva de los autores del diseño.
Una de las innovaciones de la baraja española respecto a las de otros países fue la adopción de las pintas o discontinuidades en los lados inferior y superior del rectángulo que encierra los motivos de cada naipe. Estas pintas ya aparecen en barajas del siglo XVI para, según se cree, dificultar la visión de las cartas a los mirones, objetivo que posteriormente sería perfeccionado con la utilización de los índices. Efectivamente, ambos recursos hacen que el jugador no necesite extender las cartas que tiene en la mano para saber cuáles son, ya que con sólo separarlas un poco conoce a qué palo pertenecen y qué figura o carta numeral es cada una. El palo de oros no tiene pintas; el de copas tiene una; dos, el de espadas y tres, el de bastos. Es posible observar que con la adopción de las pintas los palos de la baraja se ordenan del modo siguiente: oros, copas, espadas y bastos.

La Plaza Castilla y el Tío Colmenares

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El dueño de la enorme extensión que ocupa la Plaza de Castilla y de gran parte de sus alrededores fué "el tío Colmenares", un trapero de romance, personaje popular en la zona por su forma de vida miserable a pesar de su gran fortuna. Lo que él no quiso gastar lo derrochó cierta moza de armas tomar, que manejó la voluntad de Colmenares a su antojo y el buen hombre tuvo que malvender sus propiedades, quedándose en la miseria.
La moza abandonó al infeliz, que murió en un chamizo junto a lo que ahora es la estación de Chamartín. Las tierras las había vendido en gran parte a un tal Cabrero, que lo era de apellido y no de oficio.
El trapero falleció en la miseria. Una vieja gitana había predicho así su triste final:
"Morirás con los bolsillos vacíos y el corazón atravesao por la amargura del desamor y del olvío".
Colmenares se despidió de este mundo con el nombre de su amada en los labios, perdonándola y hasta bendiciéndola.

(Leyendas y anécdotas del viejo Madrid – Francisco Azorín)

Torre Baró - Barcelona

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El caserón del siglo XVIII que aparece en la foto era la torre del Barón de Pinós, que dió nombre a toda una zona de las afueras de Barcelona.

A pesar de aparecer como edificio protegido en el Catálogo del Patrimonio, fué demolida en Marzo de 1967 para facilitar las obras de la nueva Avenida Meridiana.

El entorno conservó el nombre y mucha gente cree que la Torre del Baró era un castillo inacabado que se encuentra en lo alto de un otero y que había sido encargado por el Marqués de Sivatte.
 
(La Barcelona Desapareguda - Josep M. y Guillem Huertas)

Las Señoritas Toreras

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Espécimen femenino un tanto curioso y poco conocido, dentro de este zoo, fueron sin duda las señoritas toreras. Aquellas aguerridas mozas que achuchadas por el hambre o llevadas por el amor a la lidia se lanzaron sin recato a los ruedos del país.
Solían hacer tu aparición en las corridas de los pueblos, donde las contrataban como espectáculo burlesco y curioso. Pero alli entre bromas y veras terminaban haciéndose con el oficio y llegó a existir incluso una popular cuadrilla completa que tras cosechar clamorosos éxitos en España saltó el charco, a conquistar América.
Al principio usaban faldas cortas, acompañadas de un discreto delantal como las extremeñas, pero cada vez que un torete las revolcaba y mostraban ciertas cosas que ocultas deben estar, se armaban tales broncas entre el mocerío que hubo que terminar obligándolas a usar pantalones, vistiendo desde entonces traje ds luces como los hombres, si bien con ostentación, quizás un tanto excesiva, de sus naturales protuberancias difíciles de ocultar con un traje tan ceñido.
Más tarde los escándalos llegaron s tal punto que las autoridades prohibieron su actuación, no permitiéndose a partir de entonces a la mujer trabajar en los ruedos más que como rejoneadora de a caballo. La primeras señoritas toreras que aparecieron en Madrid se entrenaban con unos novillos enanos, de cabeza gorda, que resultaron demasiado bravos.
De señoritas no tenían nada y algunas, como la Martina pasaban ya la barrera de los cuarenta. Todas ellas habían pasado antes mucha hambre y no se dejaban condicionar por la obligación de mantenerse en buena forma física, lo que consideraban «pelillos a la mar», y antes de la corrída, para animarse, se metían entre pecho y espalda un buen cocido madrileño y su frasca de tintorro.
Y así, no pocas, además de mayorcitas, estaban bien metidas en carnes. Se presentaban triunfadoras en la plaza, orondas y espléndidas, a menudo reafirmando su imagen con la colilla de un buen cigarro en la comisura de los labios.
Lo que mejor solía dárseles era la suerte de banderillas, donde la Pagés y la Carmona no tenían rival. En el arte de matar sobresalieron la Lolita, la Raba y otras.




El motín de Esquilache

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Motín de Esquilache es la denominación de la revuelta que tuvo lugar en Madrid en marzo de 1766, siendo rey Carlos III. La movilización popular fue masiva (un documento contemporáneo cita la cifra de treinta mil participantes -posiblemente una exageración para una población de ciento cincuenta mil habitantes- y llegó a considerarse amenazada la seguridad del propio rey. No obstante, a pesar de su espectacularidad y su extensión o coincidencia de revueltas por causas semejantes en otros lugares de España, la más evidente consecuencia política del motín se limitó a un cambio de gobierno que incluía el destierro del marqués de Esquilache, el principal ministro del rey, al que los amotinados culpaban de la carestía del pan, y que se había hecho extraordinariamente impopular como consecuencia de la prohibición de algunas vestimentas tradicionales.
Su condición de italiano contribuyó de forma importante a ese rechazo. Las iniciales medidas de apaciguamiento y el especial cuidado que a partir de entonces se puso en el abasto de Madrid fueron suficientes para garantizar el orden social en los años siguientes.
Se han identificado diferentes intereses y grupos de poder nobiliarios y eclesiásticos, tanto entre los acusados de instigar el motín (que según las conclusiones de la Pesquisa Secreta llevada a cabo por las autoridades desde el mes de abril de 1766 estuvo planificado por los jesuitas y personalidades afines, como el marqués de la Ensenada -ensenadistas- como entre los beneficiados por la nueva situación, denominados albistas por el Duque de Alba, aunque el personaje que alcanzó mayor poder fue el conde de Aranda -cabeza del partido aragonés-; junto con un equipo de burócratas ilustrados -Roda o Campomanes-). La historiografía actual lo interpreta como un movimiento popular espontáneo, pero con una instrumentalización política evidente en medio de una lucha por el poder entre dos facciones de la Corte, por lo que se ha calificado de motín de Corte para indicar que no se reduce al modelo de motín de subsistencias.

¡Ese es, ese es!

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Los nobles partidarios de la princesa Isabel —o más bien, enemigos de su hermano el rey Enrique IV— habían decidido que, para sus propios intereses y para los del reino, convenía que Isabel se casara con el príncipe heredero de Aragón. Aparentemente Isabel opinaba también así.
Le faltaba sólo conocer al novio, acerca del cual había recibido diferentes versiones. Le habían dicho que «era mozo de mediana y bien compuesta estatura, rostro grave, blanco y hermoso; de cabello castaño y de frente ancha, con algo de calva; que sus ojos eran claros con gravedad alegre, nariz y boca pequeñas, mejillas y labios colorados, bien sacado de cuello y formado de espalda, voz clara y sosegada y muy brioso a pie y a caballo».
Posiblemente no le dijeron a Isabel que su prometido Fernando había ya para entonces engendrado dos hijos, Alfonso y Juana, ilegítimos los dos. En realidad poco hubiera importado si se hubiera enterado —y quizá lo supo—, ya que el matrimonio de una princesa no se hacía casi nunca con el hombre de su elección, y la existencia de aquellos dos hijos era considerada sólo resultado de un «pequeño desliz».De cualquier manera, los novios se entrevistaron por primera vez en Valladolid el 14 de octubre de 1469, cinco días antes de su boda. El príncipe aragonés había viajado en secreto y disfrazado de criado para evitar que los partidarios del rey Enrique IV le impidieran llegar a Castilla y casarse con Isabel.La presentación de los novios tuvo lugar en casa de Juan de Vivero y de noche, para no ser vistos. Iba Fernando acompañado de cuatro caballeros, amigos suyos, todos disfrazados de arrieros. Resultaba difícil saber cuál de ellos era el príncipe. Gutierre de Cárdenas se lo indicó a Isabel, diciéndole por lo bajo, a la vez que lo señalaba: «Ese es, ése es.» La princesa pudo así examinarlo con la vista antes de que él hablara.
Agradecida a Gutierre por habérselo descubierto, le concedería, más tarde, añadir las eses a su escudo.

(Leyendas y anécdotas de la Historia de España – Fco. Xavier Tapia)

Wamba - Rey a la fuerza

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Un punto débil del sistema político de los visigodos fue, sin duda, no haber logrado desarrollar un buen método para la sucesión al trono real. En teoría la monarquía era electiva, pero en la práctica el rey escogía a su sucesor.
No fue así en el caso de Wamba, uno de los mejores reyes que los visigodos dieron a España. Lo ocurrido con él ilustra lo que Confucio había dicho muchos siglos antes: «Los mejores gobernantes son aquéllos a los que hay que obligar a aceptar el puesto»
Wamba fue un buen gobernante y fue obligado a ser rey. Sucedió así.
A la muerte de Chindasvinto, el año 672, nobles y prelados se reúnen en Gerticós (Valladolid) y, enterrado el difunto rey, intentan elegir a su sucesor. De entre los candidatos, Wamba, ilustre general de avanzada edad, es el único que parece reunir las cualidades requeridas. Pero él no acepta y, cuando le insisten —está en ese momento labrando sus tierras— , dice que no le interesa y sigue arando como si tal cosa. Aunque firme en su negativa, accede más tarde a venir ante la asamblea. Allí uno de los nobles, desnudando su espada, se enfrenta con él y le dice: «Si te obstinas en rehusar la corona, ten entendido que ahora mismo y con este mismo acero haré rodar tu cabeza.» Wamba no tiene más remedio que aceptar, y cuenta Julio Toledano en su Historia que, cuando Wamba estaba siendo consagrado en la iglesia principal de Toledo, se vio salir de su cabeza una abeja que voló hacia el cielo. Ello fue interpretado «como una señal de que bajo el nuevo monarca esperaba a  la nación visigoda una gran dicha».
Instalado como rey, sin embargo, no faltó quien quisiera usurparle el trono. Dos conspiraciones para destronarlo logró superar este rey. No así la tercera, ocurrida a los ocho años de reinado. Un ambicioso noble, Ervigio, aprovechando una fiesta en palacio, dio al rey un brebaje de vino, mezclado con extracto de esparto. La bebida sumió al rey en un profundo  letargo, que aprovechó Ervigio para cortarle los cabellos, hacerle la tonsura y vestirlo con el hábito de penitente. El recortarse la cabellera equivalía a dejar de ser godo y la tonsura, a hacerse clérigo y dedicarse por tanto al servicio de Dios. Por último, el hábito de penitencia le hacía aparecer como arrepentido por haber intentado quitarse la vida. Cualquier cosa de éstas por sí sola le incapacitaba para seguir siendo rey.
Wamba, despertado de su sueño, no tuvo más remedio que aceptar las circunstancias y, renunciando a la corona, se retiró al monasterio de Pampliega, cerca de Burgos, donde vivió tranquilo el resto de su vida.

(Leyendas y anécdotas de la Historia de España – Francisco Xavier Tapia)

La campana de Huesca

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Alfonso I el Batallador, poco antes de morir, hizo un extraño testamento. Como no tenía descendencia directa, legó sus reinos a las órdenes militares del Temple, del Sepulcro y del Hospital de Jerusalén. Esta donación no fue aceptada por las cortes del reino, que prefirieron escoger por rey a Ramiro, hermano de Alfonso, religioso profeso en el monasterio de Saint-Pons de Thomiéres desde hacía ya bastantes años.
Inmediatamente, y contando ya con la aceptación de Ramiro, solicitaron del Papa la dispensa del sacerdocio y de los votos religiosos del nuevo rey. El papa Inocencio II tardó en concederla, pues prefería que se diera cumplimiento al testamento del Batallador y se entregara el reino a las citadas órdenes. Por fin, después de poner una serie de condiciones, el Papa dio su autorización, y Ramiro pudo entonces casarse con Inés, hija de los condes de Poitiers. Pronto les nació una hija, que bautizaron con el nombre de Petronila. Un año después la comprometieron en matrimonio con el conde de Barcelona, Ramón, Berenguer IV.
Era natural, por otra parte, que Ramiro, más acostumbrado al monasterio que a la corte (había pasado en él cuarenta y un años), no supiera bien qué hacer para mantener el reino en calma. Envió un día, ya casi a la desesperada, un mensajero a su antiguo abad en Saint-Pons, pidiéndole consejo sobre cómo mantener a los magnates, que lo despreciaban, sumisos y obedientes. El abad llevó al mensajero a la huerta del monasterio y, cogiendo en sus manos una hoz, fue derribando y descabezando las más altas y preciosas plantas que allí tenían. Después de hecha estaoperación, le dijo que volviera a la corte y contara al rey lo que había visto.
Entendió Ramiro el consejo y, ese mismo año 1136, convocó las Cortes generales del reino en la ciudad de Huesca. Una vez reunidas éstas, en su discurso inicial, dijo, dirigiéndose a los ricos hombres y otros nobles, que era su plan hacer fundir una campana cuyo tañir había de resonar y oírse en todo el reino.
Él proyecto excitó la risa y burla de los grandes, que no captaron lo que el rey les quería dar a entender. Pasaron unos días y, para asistir a una ceremonia protocolaria, acudieron los nobles a palacio. En una habitación algo retirada había colocado el monarca a varios verdugos de su entera confianza, que, conforme iban entrando los nobles en la habitación, les iban cortando la cabeza de un solo golpe.
Pronto estuvieron sobre el suelo las cabezas de los más revoltosos y que más problemas y disgustos habían causado al monje-rey. A continuación y, para que sirviera de aviso, Ramiro hizo colgar las quince cabezas del techo de una bóveda, que durante muchos siglos después se solía enseñar a los que visitaban Huesca.
Sirvió esto de escarmiento a los demás nobles, que desde entonces y hasta la renuncia de Ramiro, un año después, se cuidaron bien de obedecer y respetar al rey.

(Leyendas y anécdotas de la Historia de España – Fco. Xavier Tapia)
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